Recientemente, al mediodía, se juntaron 3 momentos que hace mucho no coincidían para mí:
– estaba fuera de casa,
– estaba sola sentada a la sombra,
– percibía acercarse el sonido de mochilas rodantes que anunciaban que los más pequeños estaban saliendo de los colegios.
Colegio, que proviene de con y legere (elegir). Era para definir aquellos que elegían estudiar o trabajar juntos.
¿Hemos escogido nosotros o habrán escogido los niños ir al colegio?
Bueno…voy a decir entonces que: los niños habían “salido” de la escuela.
Y escuela, viene del latín schola y este del griego scholé: ocio, tiempo libre, estudio, escuela.
¡¡¿¿escuela es ocio y tiempo libre!!??
Creo que hay muy pocos que consideren esto como válido.
En Los Trípodes de Hefesto, su autor, el Profesor Francisco Arenas, de la Universidad de Valencia, enfoca sobre los términos de manera esclarecedora. Veamos:
“La capacidad del hombre para sustraerse al dominio de la necesidad y de lo útil y entregarse a actividades libres y desinteresadas desaparece cuando se pierde de vista la tríada de conceptos que el estagirita saca a relucir en los libros finales de su “Política”: ‘descanso’ (anápausis), ‘trabajo’ (ascholía), ‘ocio’ (scholé).
La relación entre esas tres realidades para el filósofo helénico era más bien la que sigue: el descanso (anápausis) se ordena al trabajo (ascholía), y el trabajo se ordena al ocio (scholé).
Bajo el término ‘ocio’ (scholé) hemos de entender ahí algo así como el cultivo del espíritu. En esa triada de conceptos cabe establecer una división: mientras que descanso (anápausis) y trabajo (ascholía) se mueven en la esfera de lo necesario para la vida, el cultivo del ocio (scholé) se mueve en la esfera de lo libre.
Mientras observaba todos los detalles, disfrutaba de una fuente que rebotaba agua sin parar con un sonido artificialmente natural, una temperatura muy agradable.
Detrás de los escalones bancos habían unos arbustos por los que cada niño pequeño que pasaba intentaba ir a esconderse detrás, pero a todos, sin excepción, una voz adulta le decía: no te metas ahí, ven para acá! O algo muy similar.
¿Qué veían los niños en los arbustos?
Nadie les preguntaba, no se les permite jugar mientras van camino a casa.
Lo curioso es que los niños más mayores, ninguno intentaba ir a los arbustos…será que ya están domesticados: no se juega donde los arbustos, o quizás ya no quieren jugar.
Quedamos entonces en que se movía el momento de “salir de la escuela” o “salir del colegio”.
Salir, según la etimología de la palabra, viene del latín salire: brincar, saltar…pero a los niños que salían de la escuela, o del colegio, no les estaba permitido saltar hacia el entrepaso que aparecía detrás de los escalones sorteando los arbustos. Tampoco venían de sentirse libres mientras alimentaban su espíritu o del lugar que habían elegido para juntarse con sus colegas. O sí?
Era difícil percibir, salvo algunas excepciones, si los adultos eran familiares de los niños que acompañaban. Caminaban juntos, sin hablar mucho, sin al menos intercambiar sobre los arbustos…Solo me percaté de una abuela que abría una botella con agua fresca para su nieto y una mamá que le comentaba a la niña sobre lo que harían luego, a la tarde.
Trocitos del día, le podemos llamar.
Pero la vida se hace de esos trocitos.
Al rato comenzaron a aparecer niños algo mayores, de los que según las normas deben salir media hora más tarde…estos ya no llevan la mochila con ruedas...es el primer símbolo que se borran de si.
Algunos en pequeños grupos
Algunos completamente solos
Algunos mirando atentamente a la pantalla del teléfono.
Muchos simplemente caminando a casa, con mochilas pesadas a sus espaldas.
Será que se le llama Instituto para entonces dejar completamente claro que no es un lugar elegido donde hay libertad y ocio. Quizás. Simplemente, está instituido.
Pasado unos minutos, volvía a quedarme a solas conmigo y la música del agua mientras un motor la hace borbotar en la fuente sin cansancio.
Permitamos un instante para el re_flejo.
Dondequiera que haya niños, existe una edad de oro.
J.R.Jiménez
Pues por esa edad de oro, que es como una isla espiritual caída del cielo,
anda el corazón del poeta, y se encuentra allí tan a su gusto,
que su mejor deseo sería no tener que abandonarla nunca.